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A las 6 y pico

Lo unico importante en la vida...

Llegué a casa de Mónica en unos minutos, evitando correr la última cuadra por un mínimo de respeto hacia mí mismo. Toqué el timbre corto, prometiéndome contener mi ansiedad, o por lo menos no hacerla muy visible. Naturalmente fue inútil, la visión de Mónica, con su pelo renegrido como, como. Bueno, renegrido, lacio y largo hasta la cintura. Bastó verla- decía- para comenzar mal; disculparse por una demora de más o menos media hora no entra en los cánones del galanteo según lo entienden los argentinos.
Ella captó al vuelo mi debilidad, y su movida fue magistral: No importa –dijo, enlazándose el cabello con las dos manos - igual vamos a volver
Temprano. Vaciló – hace mucho frío - agregó, y una luz pasó por su rostro de camafeo, muy blanco y de labios intensos, vibrantes, tan deseables...
Le agradecí mentalmente que haya moderado la dureza de la primera frase con esa sonrisa. En todo caso lo reducido de nuestro paseo podría atribuirse al clima, y no a mi poca importancia. Aunque naturalmente que no eran excluyentes.
Caminamos hacia la avenida, a paso rápido ¿Por qué? Intercambiamos alguna que otra información sobre lo avanzado (en su caso) o no (en el mío) de nuestros estudios. Mis miradas la recorrían ávidamente, a pesar de mis esfuerzos por mantener la vista en algún punto indeterminado entre sus ojos color miel y su labio superior. Era infructuoso, mis ojos derrapaban hacia su boca, declinaban en su cuello, en ese triángulo de piel blanca que la bufanda no alcanzaba a cubrir, para terminar inevitablemente en la curva del nacimiento de sus pequeños pechos y ¡Gloria a Dios!, En el compacto pezón que el frío marcaba debajo de su jersey.
La noche iba perdiendo un poco de la típica humedad de junio a favor de un viento casi molesto que soplaba del lado del parque. Al arrebujarse en su abrigo la sentí un poco más distante, pero su boca me sonreía, la ternura me inundó en ese momento, y me sentí algo menos insignificante.
Parados en el cantero central de la avenida esperamos a cruzar, instintivamente estiré mi brazo para protegerla del hipotético (e improbable) peligro del colectivo que iba frenando en la esquina, y ¡El milagro se produjo! Mi mano encontró la suya, suave y receptiva. Atravesamos la calzada, me armé de todo mi escaso coraje, y no la solté. Mientras fabulaba para ella todas las aventuras que había corrido, desde el ya lejano verano en que tuvimos nuestro último acercamiento, nuestras palmas, falanges y yemas mantenían su propio diálogo, reconociéndose, engendrando una íntima tibieza compartida.
Pasamos frente a la puerta del cine, Mónica ya había visto la película (cómo no), pero a mí me atraía la posibilidad de pasar un rato en la oscuridad. La función estaba empezando, el hall estaba vacío, y el boletero, hurgándose la nariz, miraba fijamente el afiche de la película, como descubriendo algo que había quedado oculto a las setecientas veces que lo hubo leído antes.
Pero, bueno, su negativa a mirar de nuevo una película vista sólo dos semanas antes era extremadamente lógica, y Mónica era de convicciones firmes y gustos definidos. De todos modos para entrar al cine había que pagar entrada, para eso se necesitaba dinero, y para extraer los pesos legítimamente ganados al tano tendría que soltar su mano. Y eso no, por nada del mundo, pensé, mientras me prometía a mí mismo no cometer nuevamente la torpeza de tomar su mano izquierda.
- No importa - dije, no muy convencido, pero aparentando seguridad - Vamos a la pizzeria.
Era una prueba de fuego. Acceder significaba que no le importaba que el barrio nos viese juntos. Si era una maniobra urdida para provocar los celos del flaco no pasó por mi cabeza en ese instante (y creo que tampoco me hubiese importado).Pero luego de entrar ella me condujo, de la mano, hacia una mesa junto a la ventana, previsiblemente empañada (la ventana. La mesa, también previsiblemente, estaba sólo un poco sucia)
Hablamos de nosotros: cuan insoportable era su hermana mayor, que adorable era mi hermano menor, la proximidad de las vacaciones de Invierno y la situación política del país, tema este ultimo que quedo casi a mi exclusivo cargo. La vehemencia de mis opiniones de aquel entonces parece que me anotó algún tanto a mi favor. He aquí un punto que los sociólogos deberían investigar: La radicalización del discurso político masculino es directamente proporcional a la proximidad a una mujer deseada. Y de Mónica yo deseaba todo, desde su hálito sobre el vidrio hasta sus uñas cortas tan poco agresivas; desde su garganta hasta la curva suave de su vientre, soñados (y evocados) desde el anterior verano.
La noche avanzaba, y mis progresos, aún para un observador imparcial, eran notables.
Cualquier duda que mi animo abrigara respecto de sus verdaderas intenciones al salir conmigo se disipaba al calor del formidable aliento que mi ego estaba recibiendo.
Mis descripciones de la última votación en el centro de estudiantes provocaban francas expresiones de hilaridad. Estaba en el camino, lo intuía como cuando palpitaba el triunfo acercándose al ver a mi adversario manipular nerviosamente el taco de billar. Mónica bebía de mis palabras, mi discurso nunca estuvo cargado de adjetivaciones tan exuberantes como esa noche. Yo era “El martillo de los herejes”, que golpeaba a la barbarie, el atraso, el imperialismo, el sistema capitalista y la condición humana. Y detrás de toda la podredumbre que nos rodeaba aparecía la luminosa figura de quien seria su redentor: un servidor, a la sazón abocado a una empresa menos rimbombante pero quizás mas decisiva para su futuro inmediato: la seducción de la adolescente mas pretendida del barrio y sus alrededores; la dulce fruta que todos codiciaban y (pero este pensamiento lo aparte rápidamente de mi cabeza) solo uno había probado.
La noche huía sin atenuantes, en pocos minutos comenzaría a salir la gente del cine y a desparramarse por la avenida rumbo a sus hogares.
- ¿Vamos? - propuse, vagamente, intencionadamente, quizás un poco tramposamente.
No hubo preguntas, sus ojos respondían. Al salir me dirigí en sentido contrario a nuestro rumbo previsible de vuelta a casa. ¿Adónde? No lo sabía. Desesperadamente le ordenaba a mi cerebro que me diese algún indicio. Pero ya se sabe: ninguna experiencia previa tenía en el baúl de mis recuerdos, ningún manual aconsejaba para estas situaciones. Es duro enfrentarse a las propias limitaciones. Yo debía improvisar.
Y – por supuesto – solo mucho después entendí que estaba repitiendo el mismo ritual en el que millones de machos de la especie habían fracasado, y vuelto a fracasar. Sólo para volver a intentarlo, la vida misma lo ordena.
A medida que sentía la boca mas seca mi conversación languidecía. Mónica parecía esperar algo de mí, y, o bien yo no sabía qué era, o decididamente carecía de ello.
Empero, aun el peor de los suplicios llega a su fin, y – como supe mucho tiempo después – este tormento agridulce tiene la belleza de lo irrepetible.
El invierno decidió por mí: comenzó a lloviznar. El toldo de la panadería sirvió de refugio, mezquino y oscuro nos obligaba a aproximarnos, es decir: ideal.
Miramos juntos la lluvia, no había más palabras. Tragué saliva varias veces. Mónica me miraba sin pestañar. Ahora llovía torrencialmente, el ruido del agua sobre el piojoso toldo era atronador, acerqué mi boca a su rostro, muy lentamente, mientras nuestras manos jugaban sus propios rituales, nunca aprendidos, pero misteriosamente acompasados, como si se conocieran de toda la vida: entrelazando dedos, presionando y cediendo, cóncavo y convexo, penetrando y envolviendo. Sin ceder, sus ojos tiraban de los míos. Cuando se cerraron fue como una orden, callada, inmediata y perentoria: mis labios resecos se aproximaron a los suyos, y el destino que los dioses tejieron se cumplió; y el castigo por mi soberbia llegó, y dije lo que estaba escrito que diría.
Laboriosamente, casi susurrante: "¿Querés coger?".

11 comentarios

Udi -

Os amo a todos por haber masajeado mi ego de semejante forma. Gracias, y debo rectificarme: Lo único importante en la vida no es coger, sino que a uno lo quieran.
Salud

Mulú -

Me encantó, Udi, lo había leído con Literatura como autor, me cierra más que sea tuyo.
Ta Basado en la historia del caballo verde? :) weno, en libre adaptación.
Y yo que guscaba el del holocausto, jeje!
un besote,
la mullighan

Pablo -

Coñe, Udi, qué bueno. Fácil y agradable de leer. Se perciben el movimiento y las imágnees.

Felicidades.

Saludos

pokito -

Me ha encantado, Udi, y fácil de leer. Enhorabuena.

salud
chus

Udi -

Ya habra oportunidad para asados y vinos
salud!!!

Cerrolaza -

¡Qué gustazo leerte por aquí, UDI! Que trates de tan grata forma el tema del amor, no hace que dejes de deberme un asado, que lo sepas.

Salud.

Goreño -

Ahora que vuelvo a releer tu aclaración, es cierto que suele pasar que se deslizan nombres de otros autores cuando pulsas EDITAR. Todo aclarado.

Goreño -

Perdona, Udi, pero me había parecido ver este texto firmado por Literatura. Pero has hecho bien en rectificarme, ya que es justo dar al César lo que es del Cásar. De todas formas, mi percepción del valor del texto sigue siendo el mismo. Un abrazo

udi -

A quien interese: por algun error mio (Udi) debido a mi abyecta ignorancia de las metodologias "blógicas" se ha deslizado el "tema" literatura como autor de "Lo unico importante en la vida..."
Para bien o para mal el texto es mio (Udi) y eso es irremediable, como la verdad, por triste que sea.

udi -

Gracias Goreño, es viejo pero todavia funciona.
Es que los amores adolescentes son mi debilidad...
Un abrazo

Goreño -

Una historia de amor vibrante y apasionada que recoge al mínimo los detalles que sólo los enemorados pueden percibir, así como sentir el diálogo de las manos, de los dedos entrelazados cuando se aferran para no soltarse fundidos por el deseo y el amor. Es un lujo, amigo literatura. Excelente texto. Un abrazo.